En la Fraternidad Monástica de la Paz, Dios nos ha llamado a ser monjes y monjas según el modelo de vida, de espiritualidad, que la Iglesia recibió de los Padres del Desierto. Creemos que el camino de seguimiento de Jesús que ellos recorrieron es totalmente valido, orientador y enriquecedor para nosotros hoy.
Para nosotros es tan valioso su ejemplo, el modo de seguir a Jesús, porque el testimonio de sus vidas nos muestra que por ese camino lo alcanzaron. Llegaron a gozar, ya en este mundo del Paraíso, de la familiaridad con Dios. Su testimonio más fuerte, manifestado de muy diferentes formas, es el de que Dios es lo único necesario, la mejor parte, el Absoluto de sus vidas.
No pretendemos calcar su forma de vivir, en muchos aspectos imposible o inadecuada para el momento actual, pero sí el espíritu que les impulsaba, la radicalidad evangélica con que vivían. En sus fuentes han bebido muchos monjes y monjas de oriente y occidente, y a ellas nos hemos acercado a beber también nosotros.
El espíritu del primer monacato, el que floreció en Egipto, en Siria, en Capadocia, le da a nuestra vida consagrada contemplativa una cierta forma, en parte común a toda vida monástica, que se plasma de un modo peculiar, un estilo propio, según el carisma recibido, que es lo que nos identifica y nos diferencia de otros caminos monásticos.
La influencia del monacato primitivo se manifiesta en nuestras aspiraciones, en el modo de orar, de obedecer, de gobernar, de acoger al hermano, de negarnos a nosotros mismos... La vida de los Padres del desierto nos da una pauta con la que contrastar nuestros criterios, un estímulo para perseverar en el camino emprendido. Podemos decir con toda verdad, que ellos son los Padres espirituales de la Fraternidad Monástica de la Paz, nuestros Padres.